jueves, 18 de junio de 2020

CONSULTORIO 203


El pasadizo estrecho parecía una visión borrosa de una pesadilla. Era de madrugada y el frío colmaba cada rincón del hospital, las persianas aún cerradas apenas dejaban pasar el brillo tenue de los primeros rayos del día. La somnolencia que significaba estar despierto a esas horas hizo que Miguel recompusiese sus ideas unos minutos y fije su mirada en el vacío mientras se arropaba inútilmente en el sillón, juntando sus manos para desvanecer la lacerante frialdad de aquel ambiente.
Lo habían citado con urgencia a las 5: 20 a.m. por razones no muy específicas, su doctor debía tener una noticia importante que darle, de eso estaba seguro, sin embargo, nunca se sintió efectivamente enfermo, simplemente se había hecho un análisis sanguíneo, un mero análisis que lo había catapultado con todas esas molestias, a él, que acostumbraba despertarse a las ocho y con cierto disgusto, si no fuese por el trabajo se estaría una hora más en completo letargo.
Miguel fijó los ojos en el consultorio 203, ni un alma aparecía por el corredor ni en las oficinas, tan solo una enfermera le había observado con desconfianza mientras hacía sonar sus llaves con vehemencia, señal inequívoca de su molestia al visitar el centro de salud.
Los minutos avanzaban, en la hora pactada, Miguel, al fin pudo tocar la puerta varias veces para que salieran a atenderle. Era el consultorio 203, no se había equivocado, algunos pacientes ya llegaban a tomar sus lugares para su atención, pero nadie le abría la puerta, nadie le daba razón, hasta que la vio. Sus largos dedos oprimían hojas de papel blanco, tal vez se trataban de recetas o citas médicas, el pelo le cubría parte de la cara, lo que no le permitió ver su rostro íntegramente, era extremadamente delgada, pero lo que llamó su atención fue su palidez profusa y las ojeras, además de una sobresaliente cicatriz que partía del rostro hasta el cuello de aquella muchacha, que pese a lo anterior mantenía una belleza altiva, casi conmovedora. En un primer instante la molestia de Miguel se transformó en miedo y luego, aquello ostensiblemente cambió para surgir una extraña simpatía por aquel ser, quien seguramente había atravesado difíciles circunstancias. Ella se sentó en el mismo lugar en que Miguel había estado antes. Él, dándose cuenta que la había observado detenidamente por mucho tiempo, volteó para toparse con el número 203 de la puerta y disimular tocar una vez más aun sabiendo que no hallaría respuesta. 
La chica se concentró de repente en los documentos que llevaba en las manos, deslizándosele el pelo hasta cubrirle casi completamente el rostro. Leía una y otra vez, por el oscilar de sus ojos, Miguel notó que también había angustia en su proceder y se decidió a preguntarle algo.
—Señorita, ¿la puedo ayudar? Es muy temprano y parece que no están atendiendo.
—¡Eh! — exclamó desconcertada.
—Al parecer no me comprende, como las recetas, como todo le es raro. —  pensó Miguel al ver el rostro sorprendido de la muchacha. Pero él no se rendía.
—¿Me podría decir en qué consultorio la citaron? A mí el doctor Fuentes me citó hace como 20 minutos y no aparece.
De pronto la muchacha señaló su cicatriz, que desde la perspectiva de Miguel se veía atroz en tan delgado y claro cuello.
—Vengo por esto.
Miguel quedó profusamente aturdido por haber oído esa voz, que le aterró, tal y cual lo esperaba, no parecía provenir de este mundo, la voz sonó más como un eco que una voz humana.
Creyó verse rodeado de un halo de misterio al lado de esa muchacha, sin embargo, estaban ahí varios pacientes aguardando inútilmente como él, pero ahora decidió no marcharse sin antes conocer de qué mundo venía aquella imagen extraviada.
La palidez de la chica iba tornándose más clara, como transparentando su cuerpo débil y deformado.
—¿Por qué me ve tanto?
—Disculpe señorita, solo intentaba ayudarla.
Miguel decidió que era hora de marcharse, su curiosidad había llegado a romper todos los límites, buscando una razón al misterio que irradiaba una extraña, que fue simplemente eso, una extraña en ese compungido momento, no debía buscar explicaciones. Nadie lo atendería, su desconcierto por ella debía concluir también ahí.
Al alejarse Miguel notó que la chica entraba al consultorio 203, ella tenía planificado algo sin duda, y sin pensarlo dos veces la siguió. Para su asombro la mujer no se hallaba en el interior del consultorio, ¿lo había imaginado acaso? Varios papeles se encontraban en desorden sobre el escritorio del doctor Fuentes. Creyó que habían sido los documentos que ella guardaba con recelo y se puso a leerlos. No estaban muy claros para el muchacho, pero de pronto descubrió algo escrito, era su prescripción médica que decía que padecía de una enfermedad incurable, cuyo nombre era muy difícil de leer y recordar, le daban solo unos meses de vida. Al principio Miguel no lo creyó, pensaba que su mente le jugaba una mala pasada como al llegar al hospital había imaginado estar en una borrosa pesadilla tétrica y fría, no podía ser verdad, lo pensó varias veces, y fue a buscar al doctor precipitadamente, en su camino tropezó con varias enfermeras que no le daban razón, su mente se llenaba de terribles sospechas, ideas inciertas que quiso aclarar lo más pronto posible. Y recordó a la mujer, el encuentro que había tenido con ella, sus palabras, su palidez inimaginable. Llegó a la conclusión de que se encontraba viviendo un mal sueño con olor a hospital y la imagen mortuoria transfigurada en una bella chica de facciones enfermizas. Debía acabar con esa pesadilla. Ahora se sentía ligero, listo para cumplir su plan que venía siendo postergado, creyéndose más lúcido debido a las circunstancias, consideró estar un paso adelante de toda esa intriga maquiavélica que la ficción le proveía. Tomó una correa olvidada sobre una camilla del pasillo, ingresó a una sucia habitación, al parecer se trataba de un almacén del nosocomio, la sujetó en un fierro que sobresalía debido a una mala construcción. Miguel creyó verse liberado de ese mal sueño cuando sus piernas buscaron el suelo inútilmente, ignorando que la muerte lo había venido buscando desde hace mucho, cuando delirante había plasmado esa decisión infausta como remedio de sus desventuras. Pero no fue un sueño, no hubo un despertar para el muchacho que ahora dormía acurrucado en los brazos de la muerte, quien le había augurado un triste final al mostrarle en su apariencia femenina, la cicatriz que ahora le pertenecía.