El
pasadizo estrecho parecía una visión borrosa de una pesadilla. Era de madrugada
y el frío colmaba cada rincón del hospital, las persianas aún cerradas apenas
dejaban pasar el brillo tenue de los primeros rayos del día. La somnolencia que
significaba estar despierto a esas horas hizo que Miguel recompusiese sus ideas
unos minutos y fije su mirada en el vacío mientras se arropaba inútilmente en
el sillón, juntando sus manos para desvanecer la lacerante frialdad de aquel
ambiente.
Lo
habían citado con urgencia a las 5: 20 a.m. por razones no muy específicas, su
doctor debía tener una noticia importante que darle, de eso estaba seguro, sin
embargo, nunca se sintió efectivamente enfermo, simplemente se había hecho un
análisis sanguíneo, un mero análisis que lo había catapultado con todas esas
molestias, a él, que acostumbraba despertarse a las ocho y con cierto disgusto,
si no fuese por el trabajo se estaría una hora más en completo letargo.
Miguel
fijó los ojos en el consultorio 203, ni un alma aparecía por el corredor ni en
las oficinas, tan solo una enfermera le había observado con desconfianza mientras
hacía sonar sus llaves con vehemencia, señal inequívoca de su molestia al
visitar el centro de salud.
Los
minutos avanzaban, en la hora pactada, Miguel, al fin pudo tocar la puerta
varias veces para que salieran a atenderle. Era el consultorio 203, no se había
equivocado, algunos pacientes ya llegaban a tomar sus lugares para su atención,
pero nadie le abría la puerta, nadie le daba razón, hasta que la vio. Sus
largos dedos oprimían hojas de papel blanco, tal vez se trataban de recetas o
citas médicas, el pelo le cubría parte de la cara, lo que no le permitió ver su
rostro íntegramente, era extremadamente delgada, pero lo que llamó su atención fue
su palidez profusa y las ojeras, además de una sobresaliente cicatriz que
partía del rostro hasta el cuello de aquella muchacha, que pese a lo anterior
mantenía una belleza altiva, casi conmovedora. En un primer instante la
molestia de Miguel se transformó en miedo y luego, aquello ostensiblemente
cambió para surgir una extraña simpatía por aquel ser, quien seguramente había
atravesado difíciles circunstancias. Ella se sentó en el mismo lugar en que
Miguel había estado antes. Él, dándose cuenta que la había observado detenidamente
por mucho tiempo, volteó para toparse con el número 203 de la puerta y
disimular tocar una vez más aun sabiendo que no hallaría respuesta.
La
chica se concentró de repente en los documentos que llevaba en las manos, deslizándosele
el pelo hasta cubrirle casi completamente el rostro. Leía una y otra vez, por
el oscilar de sus ojos, Miguel notó que también había angustia en su proceder y
se decidió a preguntarle algo.
—Señorita,
¿la puedo ayudar? Es muy temprano y parece que no están atendiendo.
—¡Eh!
— exclamó desconcertada.
—Al
parecer no me comprende, como las recetas, como todo le es raro. — pensó Miguel al ver el rostro sorprendido de
la muchacha. Pero él no se rendía.
—¿Me
podría decir en qué consultorio la citaron? A mí el doctor Fuentes me citó hace
como 20 minutos y no aparece.
De
pronto la muchacha señaló su cicatriz, que desde la perspectiva de Miguel se
veía atroz en tan delgado y claro cuello.
—Vengo
por esto.
Miguel
quedó profusamente aturdido por haber oído esa voz, que le aterró, tal y cual
lo esperaba, no parecía provenir de este mundo, la voz sonó más como un eco que
una voz humana.
Creyó
verse rodeado de un halo de misterio al lado de esa muchacha, sin embargo,
estaban ahí varios pacientes aguardando inútilmente como él, pero ahora decidió
no marcharse sin antes conocer de qué mundo venía aquella imagen extraviada.
La
palidez de la chica iba tornándose más clara, como transparentando su cuerpo
débil y deformado.
—¿Por
qué me ve tanto?
—Disculpe
señorita, solo intentaba ayudarla.
Miguel
decidió que era hora de marcharse, su curiosidad había llegado a romper todos
los límites, buscando una razón al misterio que irradiaba una extraña, que fue
simplemente eso, una extraña en ese compungido momento, no debía buscar
explicaciones. Nadie lo atendería, su desconcierto por ella debía concluir también
ahí.
Al
alejarse Miguel notó que la chica entraba al consultorio 203, ella tenía
planificado algo sin duda, y sin pensarlo dos veces la siguió. Para su asombro la
mujer no se hallaba en el interior del consultorio, ¿lo había imaginado acaso?
Varios papeles se encontraban en desorden sobre el escritorio del doctor
Fuentes. Creyó que habían sido los documentos que ella guardaba con recelo y se
puso a leerlos. No estaban muy claros para el muchacho, pero de pronto
descubrió algo escrito, era su prescripción médica que decía que padecía de una
enfermedad incurable, cuyo nombre era muy difícil de leer y recordar, le daban
solo unos meses de vida. Al principio Miguel no lo creyó, pensaba que su mente
le jugaba una mala pasada como al llegar al hospital había imaginado estar en una
borrosa pesadilla tétrica y fría, no podía ser verdad, lo pensó varias veces, y
fue a buscar al doctor precipitadamente, en su camino tropezó con varias
enfermeras que no le daban razón, su mente se llenaba de terribles sospechas,
ideas inciertas que quiso aclarar lo más pronto posible. Y recordó a la mujer,
el encuentro que había tenido con ella, sus palabras, su palidez inimaginable. Llegó
a la conclusión de que se encontraba viviendo un mal sueño con olor a hospital
y la imagen mortuoria transfigurada en una bella chica de facciones enfermizas.
Debía acabar con esa pesadilla. Ahora se sentía ligero, listo para cumplir su
plan que venía siendo postergado, creyéndose más lúcido debido a las
circunstancias, consideró estar un paso adelante de toda esa intriga
maquiavélica que la ficción le proveía. Tomó una correa olvidada sobre una
camilla del pasillo, ingresó a una sucia habitación, al parecer se trataba de
un almacén del nosocomio, la sujetó en un fierro que sobresalía debido a una
mala construcción. Miguel creyó verse liberado de ese mal sueño cuando sus
piernas buscaron el suelo inútilmente, ignorando que la muerte lo había venido
buscando desde hace mucho, cuando delirante había plasmado esa decisión
infausta como remedio de sus desventuras. Pero no fue un sueño, no hubo un
despertar para el muchacho que ahora dormía acurrucado en los brazos de la
muerte, quien le había augurado un triste final al mostrarle en su apariencia
femenina, la cicatriz que ahora le pertenecía.

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