martes, 8 de agosto de 2017

NIEBLA

No había vivido lo suficiente, lo sabía y lo pensaba mientras sus manos lastimadas por tanto cavar la tierra iban haciéndose lentas tenazas con las cuales de repente sujetó violentamente sus ropas blancas y las arrojó en lo más profundo del hoyo para ahora, cubrir de tierra las níveas prendas, significativamente aquello simbolizaba la despedida de su pureza, el vuelo que había comenzado le pertenecía íntegramente a su rebeldía ahora desbordante.
Con apenas unos pantalones raídos y empolvados, se alejaba del lugar donde había dejado algo más que su pudor. Todo su ser y hasta el alma. Solo tenía esos pantalones gastados y la prestancia de vivir con frenesí el poco tiempo que le quedaba antes de su noche eterna. Y claro, ese amor o desamor esperándolo en su casa para destruirlo completamente.
Abrió la puerta de su casa, una antigua construcción, hecha de madera íntegramente, Samuel no esperó sentir una especie de protección y bienestar al ingresar a la casa, un halo raro lo envolvió toda una vez dentro. Sólo atinó buscar un lugar donde descansar, pues los hechos violentos que había vivido recientemente lo sobrecogían como para buscar una explicación que nunca se daría, cerraría los ojos y esperaba no despertar más. Una sombra le vino a impactar haciendo que sus miembros se contraigan, y la fiebre que le invadía pertenecería a un miedo desechado, pero le enfermaba, tanto como la voz que le vino a recibir:
—Pero Samuel ¿Cómo llegas así? ¿Y tú traje de fiesta?
Una mujer de extenso pelo negro y apariencia juvenil casi adolescente le vino a recibir, cogió las manos del muchacho, y al notar que estaban frías lo invitó a la cocina a beber café.
—No quiero nada—gritó de pronto—Hoy lo hice, maté a tu novio secreto, creíste que no me daría cuenta, pero ahora que vivimos juntos, no toleraré ni una mentira, ni una sola, ¿Me escuchaste Elisa? —su último tono interrogante lo delató plenamente pues pronunció aquellas palabras con demasiada ternura.
La muchacha mantenía la tranquilidad en su rostro, tal vez demostrando algo de reproche le respondió:
—Pero ¡Qué hiciste con tu traje! Siempre inventas algo nuevo para sorprenderme, pero esto no me gusta para nada. Es cierto que una vez te conté que me gustaba alguien más, pero eso fue hace años y repito, sólo me gustaba, luego inventaste un nombre o no sé qué y crees que esa ilusión existe, ya crece Samuel, eres tan buen actor y te gusta sumergirte en tus papeles actorales, quién sabe hasta qué medida estás sobreactuando y esto no me gusta. Está bien soy tu inspiración, me tienes viviendo en esta extraña casa por tus excentricidades, pero eres alguien sorprendente porque cada día inventas cada historia. ¡Vuelve a la realidad Samuel!
Elisa estaba cansada ahora, y no entendía este juego destructivo de verdades y mentiras. Ella sólo quería saber dónde estaba el traje elegante y fino, de los más caros que habían adquirido y pensaban sería el ideal cuando se concreten los actos nupciales.
El sofá fue el lugar escogido donde el muchacho desplegó su cuerpo rebosante de salud y belleza, a Elisa sólo le quedó traer una manta abrigadora esperando que al despertar su amado fuera el de siempre, alguien feliz y extravagante, tan esmerado como inestable. Alguna vez pensó que consumía sustancias perniciosas, largo fue el camino para resolver que aquello no era cierto.
A pesar de su corta edad Elisa era tal vez la persona más madura que podía estar relacionada con el actor, pues lo conocía desde que eran niños y comprendía cada arrebato como una valsa en sus mareas y venidas sin un puerto donde anclar.
Y él dormía como un niño, redimiendo sus travesuras entre sueños, aunque a veces eran pesadillas. Pensó en dormir como él y se disponía a hacerlo, cerrando antes las cortinas para que no ingresara ni vestigio de luz. Pero al hacerlo vislumbró un haz de luz extraño cerca a la casa.
Los pasos eran acelerados como si dependiera la vida de ello, llegar al lugar y tomar lo más preciado, sin importar que fuese a la fuerza. Apenas tuvo una reacción de asombro al escuchar el crujido violento de la puerta abierta de par en par.
Era un sujeto extraño, de apariencia inofensiva, de mediana estatura, pelo ensortijado y rojizo, con algunas pecas y ojos cafés que sobresalían por su tamaño. A Elisa el ruido de la puerta al romperse le había quedado en la cabeza. No sabía si había esperado desde antes esa situación, pero el sujeto no le pareció intimidante y resolvió hablar con él:
—Pero cómo se atreve a ingresar de esa forma, ¿Quién es usted? Llamaré a mi pareja para que le dé una lección, se arrepentirá de lo que hace señor—decía mientras daba unos pasos hacia la puerta donde estaría extrañamente durmiendo aún Samuel.
—Bella dama, soy un admirador suyo desde hace mucho. Una vez fui a ver a Samuel Devais a la presentación de su película y me crucé con usted. Soy músico así que decidí componerle una canción, eso era todo, pero el señor Devais me enviaba amenazándome constantemente desde que se enteró que hice eso por usted. Ja ja ja y señorita usted ni siquiera sabía de mis sentimientos, esto porque estaba coaccionado por ese sujeto que el día de hoy sabiendo que em encontraba en esta ciudad para hacer un concierto vino a mi casa y me hirió, mire usted— dijo mientras se retiraba parte de la camisa para mostrar una herida ahora vendada.
—Sí, esto lo hizo él con un arma blanca y pretendió huir, pero yo lo atrapé, lo golpeé levemente y luego traté de hablar con él.
—¿Por qué me dice eso? ¿Usted cree que yo le voy a creer? Váyase o llamo a la policía, ¡Váyase ya! ¡Samuel despierta, despierta!
—Pero eso no es lo peor, oh si usted supiera lo que pasó luego. El señor Devais se encerró en mi habitación y logró leer algunas cartas que usted escribió o supuestamente usted escribió, es que como soy compositor me gusta imaginar algunas cosas y alguna vez pretendí escribir cartas que usted señorita firmaba. Fue cuando al imaginar que aquellas cartas eran reales el señor enfermó de locura, se quitó el traje que tenía puesto y usó mis pantalones, nada más. Así descalzó exclamó barbaridades de usted, amenazándola, insultándola y cogió nuevamente el cuchillo para ir tras de usted, en el forcejeo el me hirió de nuevo, pero yo antes lo sujeté y le di una bebida para que se calmara, un remedio que tenía de casualidad a la mano y no intente hacerle daño, le juro que no fue mi intención. Sin duda eso lo calmó, mientras yo me dejaba desangrar pues quería que pensase que moriría y la perdone a usted por supuesto por algo que no cometió.
Esas palabras llenaron de dudas y preocupación a Elisa que ahora sólo pensaba en ir a despertar a su amado. En toda su confusión alcanzó a resolver el caso del traje blanco, Samuel pensó sin duda que esa afrenta lo había manchado y al desaparecer el traje creía que era una forma de castigarla y negarle todo lo que se habían prometido, una vida juntos prominente en amor.
Ahora que él dormía temía su reacción, así que esperó lo que haría aquel tipo extraño pero familiar después de todo. Su presencia no significaba una amenaza directa sino era como el abrir de las cortinas de una realidad hasta ahora desconocida o negada. Ese amor era perjudicial, sus sentimientos no serían siempre de felicidad por el carácter y personalidad de su ser querido, quien dudaba de ella y hasta pudo haberla asesinado.
Todo lo que acontecía en Elisa lo contemplaba el hombre de camisa gris y pantalón negro, tal vez comprendiéndola quiso salir a buscar agua y brindarle atenciones, mas ella ahora dueña de sí caminaba rumbo a Samuel.
—Será mejor que huyamos, le aseguro que no tendrá una buena reacción, prometió matarla al anochecer, váyase señorita, es mejor para usted.
—Oh cállese, ni siquiera me conoce, váyase o le advierto llamaré a la policía.
Esa no era la reacción que el hombre esperaba, se le acercó hasta tomarle de un brazo.
—Vámonos pronto, vámonos.
Elisa se zafó del brazo del hombre y corrió apresurada, al intentar abrir la puerta notó que algo la obstruía, era el cuerpo desfalleciente de Samuel.
Los brazos del extraño hombre la cogieron del cuello, pero ella ágilmente se libró y cogió un objeto de metal de la mesita de la sala, el hombre la quiso doblegar, pero en el intento ella logró asestarle un duro golpe que lo dejó inconsciente.
Fuera de si Elisa, logró acercarse a su amado, lo sostuvo en sus brazos con inconmensurable amor, rechazó las calumnias hechas a su amor negando levemente con la cabeza. Y él, quien yacía moribundo junto a ella, sintiendo su calor y amor irrenunciable, intentó decir sus últimas palabras:
—Ahora lo sabes todo Elisa, él te dijo la verdad, créele. Traté de ponerme en pie sólo para hacerte daño a pesar de los efectos del veneno, pero lo que él dijo…no sé qué pensar. Luego de darme ese veneno mortal… creo que hizo bien después de todo porque yo sí te hubiese hecho daño, lo siento… prefiero ser yo quien muera antes que tú. Agradécele él te salvó… Si me pudieras perdonar…
Elisa entre sollozos se puso de pie, le miró con una mirada distinta a quien había sido el único amor de su vida. Y a pesar de saber que Samuel aún respiraba agonizante sobre la madera fría decidió esperar un tiempo antes de llamar a la ambulancia y a la policía.




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